miércoles, 25 de julio de 2018

La maquina del Tiempo



Listo. Ya está. Tengo papel, el lápiz de la escuela, una linterna para alumbrar por si se hace de noche, la palita del abuelo y muchas ganas de escribirte algo. Esta carta la voy a dejar en mi máquina del tiempo, así te llega. Es una carta para vos, o sea para mí, pero cuando sea grande. Conseguí un frasco de vidrio, grande, con tapa. Te voy a escribir, voy a guardar esta carta dentro del frasco y voy a enterrar el frasco, con la carta adentro, debajo del limonero del fondo. ¡Esta es mi máquina del tiempo!
Acordate, no vaya a ser cosa que no encuentres la máquina. Si caminaste tres pasos desde el limonero hacia el fondo e hiciste el pozo ahí, seguramente vas a estar leyendo esta carta. Sé que vas a leerla dentro de mucho, mucho tiempo. Quería contarte que hace un rato vine de lo de la tía negra. Ayer fue viernes y a la noche me llevo papá. Estaba el programa ese del plim, plim, plim de Larrea. Después de comer, la tía me regalo uno de esos alfajores que tanto me gustan. Como seguramente ya sabes, con Adriana y Cristina estuvimos hablando de lo que voy a hacer cuando sea grande. Les dije que voy a ser “Avionero”, me dijeron que no se dice así. Que se dice “Piloto de Avión”. Es lo mismo, como se diga. Quiero volar. Espero te acuerdes. Por favor, hace todo lo posible por que sea feliz. Ojalá leas mi carta. Te mando un beso.
Esta carta la escribí hace treinta años. Hace un tiempo encontré en un kiosco un alfajor Suchard. Pensé que esos alfajores habían dejado de existir. Encuentro una relación directa e involuntaria entre esos alfajores y mi tía Negra. Todos los viernes, religiosamente, me quedaba a dormir en su casa. Tenía unos ocho años y mi papá tenía que llevarme a dormir a lo de mi tía. Había un programa de televisión conducido por Hector Larrea que sólo iba los viernes por canal once. Con Larrea me daba cuenta que era viernes y empezaba a pedirle a mi papá que me lleve a mi lugar en el mundo. Llueva o truene tenía que llevarme. Ya en lo de mi tía Negra, ¡aparecían estos alfajores! ¡Los Shuchard rellenos de Mousse! ¡Un manjar!
No pude evitar comprar uno de esos alfajores. La nostalgia me pudo. Cuando estaba pagando me acordé, ¡la máquina del tiempo! Ese invento en el que había pensado cuando tenía 8 años. Llegue a casa después del trabajo, agarré una pala, fui al limonero, di dos pasos hacia el fondo y ahí estaba. La máquina del tiempo. Entendí que tres pasos eran mucho, con dos iba a estar bien. Algunos puntazos y el frasco apareció. Lo saqué con cuidado, estaba bastante sucio, y en su interior estaba la carta. Mi carta. Un poco amarillenta, con algunas manchas, por el paso del tiempo . Pero ahí estaba. Me lleno de nostalgia. Mil imágenes vinieron a mi mente. Podía recordar cada movimiento del día que mande mi máquina del tiempo a viajar. ¿Como fue que un chico de ocho años había tenido tal ocurrencia?
Tomé papel y lápiz para contestar mi carta. Me escribí a mí. A ese nene de 8 que había puesto esa carta ahí. En definitiva, éramos dos personas diferentes.
La verdad es que no sé cómo hacer para que esta carta te llegue a vos. Me parece que la máquina del tiempo solo funciona hacia el futuro. Te cuento que, finalmente, no fuiste piloto de avión. No me quedé de brazos cruzados. Averiguamos, si. Pero no se dió. No teníamos muchas chances. Hice lo que pude, espero que no te enojes. Cuando me di cuenta que ser piloto iba a ser imposible, intentamos ser locutor, o periodista, para trabajar en una radio. Nos encantaba la radio. Tampoco funcionó. Finalmente, estudiamos algo relacionado a las palabras. Pensalo así, usar las palabras para contar historias también es una manera de volar. Volar con la imaginación. Se puede volar alto y viajar a los lugares que quieras. Todo está en vos. En cuanto a la felicidad… que se yo. Hay unos días más felices que otros.
Ahora, te voy a pedir un favor. Dale un abrazo gigante y un beso interminable a Roberto. Seguro que lo tenés por ahí con vos. Hace mucho que ya no lo tengo conmigo. Y el viernes, cuando vayas de la tía, hace lo mismo con ella. Abrazalos fuerte… y deciles lo mucho que los amas. Y nunca tengas miedo, nada es tan grave como lo sentís ahora. Un beso para vos también.

miércoles, 18 de julio de 2018

De Chinos y Supermercados



Sábado a la noche. La llovizna cae fuerte sobre la noche de Luis Guillón. Estamos muy cerca de las nueve de la noche. Voy decidido al chino de la vuelta de casa a comprar mozzarella para unas pizzas. Vienen a casa unos amigos que hace mucho que no veo. La lluvia liviana no me detiene. Tanteo el bolsillo trasero del pantalón esperando tener la billetera, por suerte está ahí. Meto las manos en los bolsillos de la campera, encojo mi cabeza entre los hombros, achico los ojos para que la llovizna no me moleste tanto y avanzo decidido.

Siento que algo vibra en el bolsillo de mi pantalón. Saco una de las manos del bolsillo y agarro el celular. La pantalla se ilumina, es Paula. Un mensaje de whatsapp me dice “traé cerveza”. Miro la hora. El celular me muestra las 20:55, estoy a dos cuadras del destino y a cinco minutos de las nueve de la noche. Quien vive por estas Pampas sabe que existe una reglamentación absurda que prohíbe comprar alcohol después de las nueve de la noche. Guardo rápido el celular para que no se siga mojando. Redoblo el esfuerzo sobre mis pasos y avanzo lo más rápido que puedo.

Entro al Supermercado como si fuese un atleta destacado de marcha. A la pasada miro al chino y le aviso que voy a llevar dos Cervezas Patagonia, porque no traje envases.

Busco las botellas, corro hacia la góndola por la mozzarella. El reloj marca las 20.58. Llego a la caja, el chino le está terminando de cobrar a una vecina del barrio que intenta darme charla. Sinceramente no me importa, no escucho lo que dice. Estoy concentrado en la hora. Lo único que me interesa es poder comprar las dos cervezas antes que el reloj marque las 21:00.

Mientras le está dando el vuelto a la vecina intento explicarle mi problema, me contesta con su acento característico "No pasa nada". Llegué, es mi turno. Estoy a punto de pagar. Me doy cuenta de que ya son las nueve. Siento que las cervezas se transforman en calabaza. Mi noche de pizzas y cervezas con amigos se derrumba. El chino nota mi nerviosismo y me repite con su español trabado "No pasa nada, tranquilo". Me cobra, siento que la tarea está cumplida.

Observo el ticket y me doy cuenta de que estoy pasado del horario. Lo miro, me mira, conectamos. Él entiende - rápido de reflejos - lo que estoy pensando. Mantiene la mirada y asiente con la cabeza. Sonrío y agradezco con el mismo gesto. Juntos nos fundimos en una fraternal cultura Argentina. Vuelvo a mi casa, envuelto en la llovizna nocturna, con las cervezas. Esa noche, el chino fue un poco más Argentino.


Miguel “el Chango” García vuelve a los escenarios

El compositor y cantante Miguel García presentará su música solista por primera vez en Gibson Bar, Macias 589, Adrogué, Buenos Aires. La ci...