miércoles, 21 de noviembre de 2018

Somos palabra

Palabras, tan simple como eso. Conocidas, indomables, fáciles, difíciles, hirientes, musicales, sofisticadas o sencillas. El texto es su refugio. 

Me gusta elegirlas, jugar, reemplazarlas, ver cómo funcionan unas con otras. La palabra escrita es mágica. Existe una relación perfecta con el tiempo. Remite cierta tranquilidad. Seguramente esa sea la razón por la cual tanto me gustan. 

La oralidad es diferente. Ciertamente pocos controlan las palabras cuando se sueltan al aire. Yo les tengo respeto, por eso las hablo despacio. La palabra hablada es más irreverente, veloz. Pocos pueden domar la oralidad, es un corcel audaz. Infinidad de veces escuchamos “disculpá, no quise decir eso”, “no se para que lo dije” o “no es lo que quise decir”. En el aire la palabra es más atolondrada. O mejor dicho,  atolondrado es quien se lanza a semejante suceso menospreciando la acción. La palabra es sagrada, hay que tratarla con cuidado, hay que dedicarle atención y, hasta me atrevo a decir, hay que mimarla. 

Ella transmite cultura, enseña, cuenta, miente o enamora, pero no pide nada a cambio. 

Por favor, cuando la vea, manéjese con cuidado. Porque, en definitiva, somos palabra.

jueves, 8 de noviembre de 2018

De viajes, de libros y mundos

Siempre pasaba lo mismo en ese tren, todas las personas estaban desconectadas entre sí. No se hablaban unos con otros, solo se conectaban con su libro. Cada uno en su mundo, atados a otros mundos lejanos. Los pasajeros solo se conectaban a través de las páginas. Estos dispositivos fomentaban lo individual.

Era habitual ver cómo, cada tanto, le arrebataban el libro a una persona. Sonaba la chicharra que indicaba el cierre de puertas y ahí ¡zas! le arrancaban el ejemplar de las manos a su dueño.

Todos veían correr por el andén al ladron con su botín, desesperado. “Seguro que lo venden por dos pesos” decía una señora muy paqueta. “Se los roban porque están distraídos, embobados y metidos en las hojas” agregaba un señor de sombrero y bigote recortado.

La policia caminaba entre los vagones alertando al pasaje sobre esta situación. Una vez ví como corrieron a uno de estos arrebatadores. Cuando consiguieron alcanzarlo, lo golpearon entre muchos para recuperar el preciado libro.

Los había de todos los tamaños y precios, con infinitas historias. Todo dispuesto para el entretenimiento.

Siempre era lo mismo, siempre igual. Los libros iluminaban las caras de los lectores, todas brillaban. Sus dedos pasaban las hojas una y otra vez. Cada cual en su mundo. Ya nadie hablaba con un desconocido, no se preguntaba una calle, todo estaba ahí, en los libros que guardaban estos tesoros.

Eso si, se respetaba una regla de oro: “Al subir al tren, tener cuidado con los arrebatadores”.

Miguel “el Chango” García vuelve a los escenarios

El compositor y cantante Miguel García presentará su música solista por primera vez en Gibson Bar, Macias 589, Adrogué, Buenos Aires. La ci...