miércoles, 30 de enero de 2019

Letras, palabras y textos

Tac, tac, tac, tac. Sonaba en mi casa una vieja máquina de escribir, me fascinaba. No podía entender cómo era que golpeando una tecla, subía una varilla de metal que imprimía una letra en un papel que descansaba sobre el rodillo. Les juro que me daba mucha curiosidad. ¿Pero como puede ser? ¿Cómo funciona?

Durante las tardes, cuando todos dormían la siesta, agarraba la máquina de escribir y analizaba su funcionamiento. Con mucho cuidado separaba la cinta con la tinta, levantaba las varillas con letras, veía cómo si levantaba una de las varillas bajaba la correspondiente tecla, era mágico. Mecánica pura. Se me dibujaba una sonrisa cuando esto sucedía, todo un descubrimiento.

A veces intentaba levantarla y llevarla a otro lado. Era imposible, pesaba muchísimo. Más para un nene de ocho o diez años.

Cuando fui más grande, jugaba a escribir. Le pegaba fuerte a las teclas para que la letra quede bien marcada. Tac, tac, tac, tac. Me gustaba formar palabras. Cuando una letra quedaba marcada suave en el papel, volvía el rodillo hacia atrás con la tecla de retroceso y escribía nuevamente la letra sobre la ya impresa, así la tinta la marcaba mejor.

Un día mi tía Coca me vió y me preguntó: 

- ¿que haces, Luisito? - Escribo una nota. ‪Contesté.

Ella trabajaba en el Ferrocarril, pasaba gran parte de su dia rodeada de muebles de madera ferroviaria antigua y compartiendo el café con una de estas maquinas. 

- ¿queres probar? Le pregunté.

- A ver si me acuerdo... Me dijo mientras se sonrió. 

Se sentó, puso su espalda recta en la silla y empezó a teclear a una velocidad que me asombraba. Si bien no utilizaba todos los dedos, era muy rápida escribiendo. Me gustaba la velocidad y la fuerza que le imprimía a cada tecla.

Un día, el trasto desapareció. Seguramente mi mamá lo regaló o lo vendió por unos pocos pesos. Siempre fantaseo con comprar una máquina de escribir antigua para tenerla en casa. Aunque, pensándolo bien, no me serviría de mucho.

Parece mentira, pero las letras, las palabras y los textos, ya eran importantes en mi vida. Aún cuando no lo sabía.

sábado, 5 de enero de 2019

El día que casi veo a los Reyes Magos


La oportunidad era solo una, después había que esperar hasta el otro año. Siempre me pasaba lo mismo, al final me quedaba dormido. Cuando me despertaba ya estaban los regalos. Entonces tenía que esperar un año, otra vez.

Cuando era chico sentía que podía ver a los Reyes Magos. Con Papá Noel era distinto, no tenía esperanzas de verlo. Era uno solo, había mucha gente, ruidos, algún pariente que iba a sacar una bebida de la heladera, todos iban y venían, comida para acá, comida para allá, el tipo que venía a las doce. Era difícil. Alguien me puede decir que es más fácil, porque viene con un trineo lleno de Renos. Bueno, si, está bien, es verdad. Pero para mi lo dejaba estacionado por ahí y hacía el recorrido caminando. Pero con los Reyes era otra cosa, lo creía posible. Sentía que verlos dependía en gran parte de mí, solo tenía que esperarlos despierto. No había gente, éramos ellos y yo en medio de una noche silenciosa.


Ese día estaba decidido, los iba a esperar y por fin los iba a ver. Además, venían con los camellos. Yo pensaba “¿Como no voy a ver tres camellos? ¡Son enormes!” Había visto unos en el zoológico y realmente eran inmensos, aunque los del zoológico eran de una sola joroba. Me dijeron que los camellos de los Reyes Magos tenian dos jorobas y eran un poco más grandes. Más a mí favor, los tengo que ver. Se me puede escapar el negro Baltazar en la oscuridad, pensé, pero con la ropa de colores igual lo tengo que ver.
Esa noche los podía sorprender mientras me dejaban el regalo. Eran tres Reyes Magos, tres camellos, más las bolsas de regalos. Un quilombo bárbaro en el patio trasero de casa. Era "la oportunidad".

Preparé el pasto, corte mucho, lo puse en una palangana violeta de plástico que había en mí casa. No estaba seguro de usarla, porque si uno de los camellos la pisaba y la rompía, mí mamá seguro me iba a decir algo. Siempre la usaba para poner la ropa para colgar, pero me arriesgué. Los camellos siempre fueron muy cuidadosos, nunca rompieron nada. En otro balde grande con manija puse el agua. A la ofrenda le sumé mis zapatillas topper blancas, la carta y listo.

Dejé todo en el patio de atrás de casa, en el mismo lugar donde intentaba cazar pajaritos. A ellos los veía, aunque nunca agarré ni uno. Les ponía el alpiste que le robaba a mi abuelo, acomodaba una caja de cartón levantada de un costado con un palito y un hilo atado al palo. En ese lugar ahora estaba poniendo las cosas para los Reyes. Esa noche me quedé despierto, vigilando desde la ventana de la que tiraba del hilo cuando cazaba.

Mí papá se acercó y me dijo: “¿Que hacés? ¿Los querés ver? Mirá que es difícil, no te olvides que son Magos.” Lo miré y le dije que si, que me iba a quedar ahí, toda la noche en silencio hasta que vengan. Él se sonrió, me acarició la cabeza y me dijo "Bueno, yo me voy a dormir."
Apagué todas las luces y me quedé esperando. No sé cuánto tiempo pasó, pero al final me dormí. Amanecí en mí cama. Cuando me desperté, sobresaltado, salí corriendo hacia mí puesto de guardia en la ventana. Me asomé y estaban los regalos. ¡No! ¡otra vez no!
Los camellos se habían tomado el agua, habían comido el pasto y por suerte no habían roto la palangana violeta de mí mamá. Eso me daba tranquilidad.


El único problema es que iba a tener que esperar otro año. Pero, al menos, tenía tiempo para pensar mejor el plan.

viernes, 4 de enero de 2019

Prefiero no cruzarme con una Araña

¿Te lleno la pileta del lavadero? Te baño ahí ¿Querés? Me dijo mi mamá una noche de mucho calor. Debo reconocer que la idea me encantó. Yo tendría unos cinco o seis años, no lo recuerdo con exactitud. Tampoco recuerdo con exactitud si fue mi mamá o alguna de mis hermanas mayores la que me propuso el baño de inmersión. Lo que si me acuerdo es la imagen de la araña.
El recuerdo me vino anoche, después de bañarme. Salí mojado y desnudo de la ducha, agarré un toallón para secarme y salió de entre los pliegues del toallón una araña de unos tres centímetros de diámetro. Patas finitas y largas, cuerpo oscuro y bastante grande, un bicho respetable, de proporciones que requieren de cierto estado de alerta.

Desde la visión de la araña seguramente yo le representaba un peligro peor, pero la descripción del mundo la escriben los humanos, así que yo digo que la araña que salió de entre los pliegues del toallón era grande y santo remedio.

El destino del bicho fue un zapatillazo, un poco por prejuicio y otro por seguridad, mira si la muy turra me picaba, o picaba a alguno de mis hijos. Ya no fue honesta con esa actitud de esconderse en un toallón, justo antes de que yo lo use para secarme, ¿Cuál era el fin? ¿Se ocultaba por algo? ¿Que tenía que esconder?

La araña de anoche me recordó aquella de la pileta del lavadero, un piletón de cemento, de los de antes, con los bordes principales redondeados. De esos que las abuelas usaban para lavar la ropa, fregándola contra la tabla de madera. Esta pileta que les cuento era lo suficientemente amplia como para que un nene cupiera cómodo en su interior
Me pararon en un tacho amarillo dado vuelta y me sacaron toda la ropa. Primero la remera, estoy seguro que costó sacar la cabeza. Siempre cuesta sacar la cabeza de los nenes por el agujero de las remeras,  hay que hacer un poco de fuerza.  Aparentemente vienen con ese agujero más chico. Después me sacaron el shorcito y el calzoncillo.
Ya desnudo, me abrazaron, y me levantaron para meterme dentro de mi jacuzzi. Pero ahí estaba ella, para mí una tarántula. Una araña de proporciones épicas, como salida de un cuento de ciencia ficción. Era marrón muy oscuro, casi negra. Tenía las patas largas, llenas de pelitos. Estaba paradita en el agujero del desagote, quieta, expectante. Esperando a su presa, un nene desnudo por bañarse. Claramente no entrábamos ahí los dos, mi cara de espanto lo decía todo.
- "Yo ahí no entro".
Me dejaron en el piso y la mataron poniendo el tapón, quedó atrapada en el desagote. Era tan grande que las patas sobresalían de la circunferencia uno o dos centímetros.
- "Listo, ya está. Metete” Me dijeron.

"Ni loco me meto ahí” pensé yo. ¿Mirá si no se murió? Mirá si esa araña tiene superpoderes, levanta el tapón y me pica. Porque estoy seguro de que está enojada porque la atraparon. Yo no entro ni loco, metete vos si sos valiente. ¿Por qué tengo que ser yo el que comparta el espacio con ese bicho?

Entonces ahí sacaron el tapón, sacaron la araña, pusieron el tapón y empezaron a llenar el piletón nuevamente.

Asi, como se escriben las grandes hazañas, les cuento que pude salir del baño sin tanto orgullo. Porque pensandolo bien, al fin de cuentas, mi reacción fue puro prejuicio.


Miguel “el Chango” García vuelve a los escenarios

El compositor y cantante Miguel García presentará su música solista por primera vez en Gibson Bar, Macias 589, Adrogué, Buenos Aires. La ci...