miércoles, 24 de octubre de 2018

El fantasma de la calle Humbolt


Era una noche cerrada. La lluvia caía muy fuerte sobre la ciudad. El whisky fue mi compañero durante toda la velada, había tomado realmente mucho. Nada me hacía olvidarla. Cada palabra, cada sonido, la música del bar, el perfume de aquella mesera. Todo y cada trago acercaban mis pensamientos a ella.

Ese martes, salí del bar en Palermo cerca de las dos de la mañana. El aire fresco y la lluvia asentaron aún más el alcohol en mi cuerpo. Miré aquel farol antiguo que contrastaba sobre el cielo negro, las gotas de lluvia se veían claras a contraluz.

No había colectivos, entonces caminé algunos metros cómo pude con mi alma. Ví llegar, lento, un taxi que avanzaba sobre Humbolt. Subí, me senté y sentí un olor a azufre muy fuerte, horrible. Destruyó todo recuerdo del perfume de la mesera. Algo raro había en ese taxi, una energía extraña que se apoderó del momento. Vi como un gato blanco se cruzaba  delante del auto justo antes de que arranque. Pude ver cómo sus ojos se iluminaron, como resaltaron el reflejo de las pocas luces.

-       “Hasta Lacroze y Álvarez Thomas.” Le dije al conductor misterioso.

El auto dobló y aceleró por la Avenida Córdoba a toda velocidad. Aún borracho, percibí que algo no andaba bien. Comencé a tener miedo. Un olor nauseabundo invadió el taxi y un frío helado me recorrió el cuerpo. El chofer ocultaba su rostro tras una capucha franciscana. Me asomé para pedirle que maneje un poco más despacio y pude ver su cara desfigurada, diabólica, asquerosa, con sangre y quemaduras, con la piel colgando en gajos. Vi sus  manos huesudas contra el volante. Sus ojos amarillos y luminosos, llamativamente iguales a los de aquel gato que se nos cruzó justo antes de arrancar. No pude más del olor, del frío y del asco, entonces vomité el auto con fuerza.

-       ¡Pare por favor! ¡Pare el auto! Exploté en un grito con mezcla de horror y pánico.

Mi pedido pasó desapercibido. Le di un golpe en el brazo al chofer pero no me escuchaba, no me hacía caso.  Sentí como el tiempo se detuvo un instante antes de que el mal se desate con toda furia. Me contestó con una voz aguda, un grito siniestro, penetrante y desagradable,  un sonido del diablo que lleno cada hueco de silencio en la noche. Dijo palabras en un lenguaje que no logré comprender. El miedo se volvió intenso, paralizante. Una daga se me clavó en el abdomen y me desangró. Un fuerte dolor, luego, un frío insoportable. La criatura del mal intentó tirarse encima mío mientras el auto seguía a toda velocidad por la calle oscura. Una risa macabra retumbó en mi mente. Vi maldad y saña de sus ojos, vi de cerca su cara en estado de descomposición, me dio una fuerte repulsión.

La lluvia y la oscuridad se hicieron más intensas. El agua caía con fuerza sobre el parabrisas. Intenté bajar del auto invadido por el terror, con el dolor del acero en mi cuerpo, pero las ventanas y las puertas del taxi estaban trabadas. Pegué un salto hacia el otro lado del asiento en un llanto angustiante y sentí un tirón muy fuerte en la ropa. La bestia me llevó hacia él tirando con todas sus fuerzas de mi sobretodo. Mi corazón no lo resistió.

En el acta de defunción se escribió  “paro cardiorrespiratorio con herida punzante”.

La crónica en los diarios contaba cómo un hombre, borracho, tomó un taxi en Palermo y murió al clavarse su propio paraguas en el abdomen, mientras enganchó su sobretodo al cerrar la puerta trasera del vehículo. El taxista dijo intentar ayudarlo e ir a toda velocidad al Hospital, pero no tuvo éxito.

Otra noche de lluvia ve llegar lento un taxi sobre la calle Humbolt cerca del bar. Otra vez se cruza un gato blanco. 

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