jueves, 24 de diciembre de 2020

Un recuerdo de Navidad

Cuando pienso en la navidad, siempre me remonto a mi infancia. Las mesas largas llenas de familiares en la casa de mis abuelos Ángela y Luis. El primer recuerdo es en aquellos años donde era un nene. Por aquellos días el espíritu de la navidad comenzaba mucho antes de lo que hoy comienza. No se centraba tanto en regalos. Si bien eran importantes las cartas para el viejo Papá Noel y los regalos, mis abuelos hacían que el momento de esperanza y de unión en la familia sea más importante.

La casa de mis abuelos quedaba frente a mi casa sobre la calle Mendiondo, en diagonal. Para mi eso era una gran noticia, significaba que veía muy seguido a mis abuelos. Ni bien terminaba el colegio, mi abuela comenzaba con los preparativos de la navidad. Que la comida, que los postres, que nunca faltaba una silla para el que quería compartir esa noche. Mis abuelos eran la navidad, escribiendo este texto me doy cuenta que ellos hacían que esa noche sea diferente. Ahora que lo pienso bien, mis navidades me recuerdan a mis abuelos Luis y Ángela. Dos españoles que no tenían ese acento característicos porque vinieron de muy chicos, escapando del hambre de Europa. Esa puede ser una de las razones por la cual en las mesas navideñas la comida nunca faltaba.

Me acuerdo de mi abuela Ángela, una mujer de baja estatura, de caderas anchas, rulos blancos y la cara arrugada de recuerdos. Usaba unos vestidos de colores y entramados, vestidos de abuela. La conocíamos como la abuela Angela, pero su nombre era Ángeles Parriego. En cambio mi abuelo Luis era muy flaco y de anteojos. De él heredé mi nombre y calculo que algo de bondad. Los dos tenían un corazón enorme.

Al ser yo solo un nene, en relación al tamaño de mi cuerpo, la mesa me parecía interminable, extremadamente larga y llena de comida. Compartíamos la noche con mi tía Negra, mis primas Adriana y Cristina, mi tía Coca, Jorge, seguramente mi primo Gastón - aunque no lo recuerdo con claridad - mis papás, mis hermanos y yo.

La noche se volvía mágica a medida que se acercaban las doce. Los gritos, corridas para despistar, regalos que aparecían en el árbol, un Papá Noel que nos saludaba a lo lejos, los abrazos interminables, los te quiero entre la familia. La navidad tenía eso de poner la cuenta en cero. Si algo malo había pasado durante el año, un abrazo de navidad en la casa de mis abuelos se encargaba de solucionarlo entre lágrimas y perdones.

Algo que me llamaba la atención era que nunca juntaban la mesa al terminar de brindar. Luego de los festejos, de los regalos, de los abrazos, todos se iban y la mesa no se ordenaba. Quedaba así, como estaba. Con pan dulce, sidra, turrones y mantecol. una vez pregunté por qué no recogían la mesa y me respondieron que “lo dejaban así para los antepasados, para los muertos de la familia, para los que ya no están. Ese era el momento que nuestros ancestros venían a compartir con nosotros”. No le dí mucha importancia al comentario, pero que raro que los muertos vuelvan - pensé. Por las dudas no pensaba en eso, pero si eran familia no me iban a lastimar. En fin, no pensaba mucho en las consecuencias. Dejaba la mesa como estaba y me iba a jugar.

Que lindas eran esas épocas cuando la Navidad comenzaba antes, creo que había más tiempo para disfrutar. Desde los primeros días de Diciembre en mi casa no se hablaba casi de otra cosa. Hasta el sol brillaba distinto sobre Luis Guillón, hoy me da la sensación que hasta el sol anda apurado. Me pregunto ¿Qué cambio? ¿Por qué nos falta tiempo para vivir la navidad? ¿Por qué nos falta tiempo? Si el reencontrarnos con los nuestros es lo más lindo. Si lo mejor que podemos tener es la esperanza de que todo va a mejorar.


   Creo que la respuesta está al inicio de esta historia, nosotros mismos somos los que hacemos la navidad. Somos los que tenemos que hacernos el tiempo para la familia, los amigos, nosotros somos los actores principales de la navidad. Nosotros somos los que tenemos que darle sentido a la familia, incluida la Navidad.

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