Sábado a la noche. La llovizna cae fuerte sobre la noche de Luis
Guillón. Estamos muy cerca de las nueve de la noche. Voy decidido al chino de
la vuelta de casa a comprar mozzarella para unas pizzas. Vienen a casa unos
amigos que hace mucho que no veo. La lluvia liviana no me detiene. Tanteo el
bolsillo trasero del pantalón esperando tener la billetera, por suerte está
ahí. Meto las manos en los bolsillos de la campera, encojo mi cabeza entre los
hombros, achico los ojos para que la llovizna no me moleste tanto y avanzo
decidido.
Siento que algo vibra en el bolsillo de mi pantalón. Saco una de las
manos del bolsillo y agarro el celular. La pantalla se ilumina, es Paula. Un
mensaje de whatsapp me dice “traé cerveza”. Miro la hora. El celular me muestra
las 20:55, estoy a dos cuadras del destino y a cinco minutos de las nueve de la
noche. Quien vive por estas Pampas sabe que existe una reglamentación absurda
que prohíbe comprar alcohol después de las nueve de la noche. Guardo rápido el
celular para que no se siga mojando. Redoblo el esfuerzo sobre mis pasos y
avanzo lo más rápido que puedo.
Entro al Supermercado como si fuese un atleta destacado de marcha. A la
pasada miro al chino y le aviso que voy a llevar dos Cervezas Patagonia, porque
no traje envases.
Busco las botellas, corro hacia la góndola por la mozzarella. El reloj
marca las 20.58. Llego a la caja, el chino le está terminando de cobrar a una
vecina del barrio que intenta darme charla. Sinceramente no me importa, no escucho
lo que dice. Estoy concentrado en la hora. Lo único que me interesa es poder
comprar las dos cervezas antes que el reloj marque las 21:00.
Mientras le está dando el vuelto a la vecina intento explicarle mi
problema, me contesta con su acento característico "No pasa nada".
Llegué, es mi turno. Estoy a punto de pagar. Me doy cuenta de que ya son las
nueve. Siento que las cervezas se transforman en calabaza. Mi noche de pizzas y
cervezas con amigos se derrumba. El chino nota mi nerviosismo y me repite con
su español trabado "No pasa nada, tranquilo". Me cobra, siento que la
tarea está cumplida.
Observo el ticket y me doy cuenta de que estoy pasado del horario. Lo
miro, me mira, conectamos. Él entiende - rápido de reflejos - lo que estoy
pensando. Mantiene la mirada y asiente con la cabeza. Sonrío y agradezco con el
mismo gesto. Juntos nos fundimos en una fraternal cultura Argentina. Vuelvo a
mi casa, envuelto en la llovizna nocturna, con las cervezas. Esa noche, el chino
fue un poco más Argentino.
Me encantó. Los chinos te venden todo a cualquier hora. Abren los feriados, son amables (porque quoeren vender) Tiene el texto un leguaje claro y ameno. Un eccelente ejemplo de cuento realista. Cariños
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