Anoche soñé con vos ¿sabés? Yo
trabajaba en la carnicería de José y me venías a buscar, cómo todas esas
noches. Frenabas en la puerta del negocio con el rastrojero y yo me subía para
verte. No me hablabas, solo me mirabas. Te contaba sobre mis cosas, aunque vos
ya las sabías. Porque siento que estás ahí, pegadito a la raya sin dar
indicaciones, sin hablar. No sos de esos técnicos gritones. Me dejas jugar el
partido, porque vos ya jugaste el tuyo. Entonces, entre jugada y jugada levanto
la cabeza, miro al banco y estás ahí. Con una actitud Menottista, con tu
cigarrillo Jockey Club colorado. Te veo ahí mientras me raspo yendo al piso,
mientras las corro todas, mientras me enrosco solo y pateo al bulto. Te veo a
vos sentado en el banco con la cabeza apoyada sobre los tres primeros dedos de
la mano, pensando la jugada, viéndome. Con el humo del cigarrillo mezclándose
con el aire.
Así ibas manejando tu reastrojero en
mi sueño, Púa. Mirándome, pero sin hablar… me sonreías de costado, medio
compadrito, con un gesto de aprobación. En el sueño te quise abrazar pero
levantaste la mano para separarme, como pidiéndome que espere, como dándome a
entender que no se puede ¿Será que no puede haber contacto entre el cielo y la
tierra?
Te conté de los chicos, de Guada, de
Dante. ¿Te dije que están hermosos? Son buenas personas como nosotros, en
definitiva, eso es lo importante. Y así seguimos el viaje, vos manejando y yo
de acompañante. Agarramos por Mendoza, doblamos por Ford, bordeamos la estación
de Guillón y frenaste antes de doblar hacia la barrera. Frenaste y te largaste
a llorar. Lloraste como yo lloro ahora. Frenaste y me abrazaste, porque también
me extrañas. Y que el cielo y sus códigos se vayan a la puta madre que los
parió. Me abrazaste fuerte, y fue tan real ese abrazo que lo sentí hasta cuando
me desperté. Te juro que lo sentí. Fue raro, porque en un sueño uno no siente
algo físico. Uno se acuerda de fotos, de imágenes, de películas pero yo sentí
tu abrazo, viejito lindo.
Sé que estás en el cielo. Cómo no vas
a estar ahí si es todo celeste y blanco. Se ganaron un ángel con vos.
Que lindo hubiese sido tenerte un
poco más. Hablar como adultos, comer más asados, abrazarte, mirar juntos a
Racing, que me hables de Perfumo, de Basile, de Colombatti, que me cuentes de
Corbatta o del Toti Iglesias. Que festejemos cualquier cosa sin importar el
motivo. A veces creo que te idealizo, que vos sos todo lo que yo quiero que
seas. Sos sabio, estratega, estrella de fútbol, un tipo con calle, un semidiós,
un hombre… quedémonos mejor con eso. Un hombre, Roberto… así, a secas. De carne
y hueso. Para que te voy a meter tanta presión, si por querer ser un superhéroe
te fuiste temprano. Fuiste un referente para mí y con eso me alcanza. Un hombre
con principios, honesto, una buena persona, mi papá.
Ayúdame cómo siempre, si podes. Viste
que yo no te pido nada, porque dicen que tengo que dejarte descansar en paz.
Aunque algunas veces, reconozco, pido que me ayudes y siempre cumpliste,
siempre me escuchaste.
En ocasiones siento que estoy solo en
la pirámide de la familia y no tengo a quien preguntarle. Me faltas vos,
Roberto. Te pido ayuda porque no me la banco solo, porque muchas veces quiero
llorar, porque te extraño, porque me haces falta, porque me cuesta recordar tu
voz. Porque sé que nunca más te voy a ver y eso me duele.
Hoy hace veintiún años que no estás,
viejo. Si podés, y si te dejan, venite esta noche. Baja de ese cielo
académico y agarrame fuerte de la mano, abrázame de nuevo. Porque el partido a
veces se pone chivo y te necesito. Necesito mirar al banco y que estés ahí.
Tengo que aprender a vivir con eso de verte del otro lado de la línea de cal.
De lejos y sin hablar.
Te mando un beso enorme y un abrazo
eterno, Púa. La verdad no sé si podés leer
esto, pero quiero que sepas que aún te extraño.