miércoles, 26 de diciembre de 2018

Por la tribuna

Solo faltan unas horas para las doce, para una navidad mas. Estuve toda la tarde esperando que vuelvas del negocio para prender el fuego para el asado de noche buena. Eso nunca sucedió, pero no me puse triste.

Me puse tu pilcha y fui yo el maestro de ceremonias en la parrilla. Era toda para mí, estaba como vos la dejaste. Sentí que todo lo que me explicaste fue suficiente, lo hice solo. Recibí aplausos y, no te pongas mal, no te necesité. Ni a vos, ni a los que se fueron. Me hice cargo del partido. Lo jugué y lo hice bien. Miré las inferiores, hay un montón de pibes que tienen un talento increíble. Pibes llenos de sueños, de sonrisas, de alegría, de ganas de jugar.

Te extrañé, pero la diez es mía y la voy a usar. Voy a jugar y voy a hacer jugar. A desparramar rivales, a tirar caños, a jugar lindo. Voy a meter algún enganche para la tribuna, para el aplauso.

El partido es mio, a veces siento que lo pierdo. Pero todavía no terminó la primera parte, recién van 38 del primer tiempo. Tengo equipo y ganas de ganarlo.

Las palabras me hicieron entender que algunas cosas no van a pasar y otras soy solo yo el responsable de que pasen.

Te mando un abrazo grande, viejo querido. Te extraño, pero soy yo el que juega ahora. Voy a tratar de leer los partidos como me enseñaste, pero la camiseta titular es mía y la voy a usar. Por la cantera, por los compañeros del equipo y por la tribuna, que estoy seguro que va a corear mí nombre, así como coreamos el tuyo.

¡Feliz navidad!

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Somos palabra

Palabras, tan simple como eso. Conocidas, indomables, fáciles, difíciles, hirientes, musicales, sofisticadas o sencillas. El texto es su refugio. 

Me gusta elegirlas, jugar, reemplazarlas, ver cómo funcionan unas con otras. La palabra escrita es mágica. Existe una relación perfecta con el tiempo. Remite cierta tranquilidad. Seguramente esa sea la razón por la cual tanto me gustan. 

La oralidad es diferente. Ciertamente pocos controlan las palabras cuando se sueltan al aire. Yo les tengo respeto, por eso las hablo despacio. La palabra hablada es más irreverente, veloz. Pocos pueden domar la oralidad, es un corcel audaz. Infinidad de veces escuchamos “disculpá, no quise decir eso”, “no se para que lo dije” o “no es lo que quise decir”. En el aire la palabra es más atolondrada. O mejor dicho,  atolondrado es quien se lanza a semejante suceso menospreciando la acción. La palabra es sagrada, hay que tratarla con cuidado, hay que dedicarle atención y, hasta me atrevo a decir, hay que mimarla. 

Ella transmite cultura, enseña, cuenta, miente o enamora, pero no pide nada a cambio. 

Por favor, cuando la vea, manéjese con cuidado. Porque, en definitiva, somos palabra.

jueves, 8 de noviembre de 2018

De viajes, de libros y mundos

Siempre pasaba lo mismo en ese tren, todas las personas estaban desconectadas entre sí. No se hablaban unos con otros, solo se conectaban con su libro. Cada uno en su mundo, atados a otros mundos lejanos. Los pasajeros solo se conectaban a través de las páginas. Estos dispositivos fomentaban lo individual.

Era habitual ver cómo, cada tanto, le arrebataban el libro a una persona. Sonaba la chicharra que indicaba el cierre de puertas y ahí ¡zas! le arrancaban el ejemplar de las manos a su dueño.

Todos veían correr por el andén al ladron con su botín, desesperado. “Seguro que lo venden por dos pesos” decía una señora muy paqueta. “Se los roban porque están distraídos, embobados y metidos en las hojas” agregaba un señor de sombrero y bigote recortado.

La policia caminaba entre los vagones alertando al pasaje sobre esta situación. Una vez ví como corrieron a uno de estos arrebatadores. Cuando consiguieron alcanzarlo, lo golpearon entre muchos para recuperar el preciado libro.

Los había de todos los tamaños y precios, con infinitas historias. Todo dispuesto para el entretenimiento.

Siempre era lo mismo, siempre igual. Los libros iluminaban las caras de los lectores, todas brillaban. Sus dedos pasaban las hojas una y otra vez. Cada cual en su mundo. Ya nadie hablaba con un desconocido, no se preguntaba una calle, todo estaba ahí, en los libros que guardaban estos tesoros.

Eso si, se respetaba una regla de oro: “Al subir al tren, tener cuidado con los arrebatadores”.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Un día como hoy



Anoche soñé con vos ¿sabés? Yo trabajaba en la carnicería de José y me venías a buscar, cómo todas esas noches. Frenabas en la puerta del negocio con el rastrojero y yo me subía para verte. No me hablabas, solo me mirabas. Te contaba sobre mis cosas, aunque vos ya las sabías. Porque siento que estás ahí, pegadito a la raya sin dar indicaciones, sin hablar. No sos de esos técnicos gritones. Me dejas jugar el partido, porque vos ya jugaste el tuyo. Entonces, entre jugada y jugada levanto la cabeza, miro al banco y estás ahí. Con una actitud Menottista, con tu cigarrillo Jockey Club colorado. Te veo ahí mientras me raspo yendo al piso, mientras las corro todas, mientras me enrosco solo y pateo al bulto. Te veo a vos sentado en el banco con la cabeza apoyada sobre los tres primeros dedos de la mano, pensando la jugada, viéndome. Con el humo del cigarrillo mezclándose con el aire.

Así ibas manejando tu reastrojero en mi sueño, Púa. Mirándome, pero sin hablar… me sonreías de costado, medio compadrito, con un gesto de aprobación. En el sueño te quise abrazar pero levantaste la mano para separarme, como pidiéndome que espere, como dándome a entender que no se puede ¿Será que no puede haber contacto entre el cielo y la tierra?

Te conté de los chicos, de Guada, de Dante. ¿Te dije que están hermosos? Son buenas personas como nosotros, en definitiva, eso es lo importante. Y así seguimos el viaje, vos manejando y yo de acompañante. Agarramos por Mendoza, doblamos por Ford, bordeamos la estación de Guillón y frenaste antes de doblar hacia la barrera. Frenaste y te largaste a llorar. Lloraste como yo lloro ahora. Frenaste y me abrazaste, porque también me extrañas. Y que el cielo y sus códigos se vayan a la puta madre que los parió. Me abrazaste fuerte, y fue tan real ese abrazo que lo sentí hasta cuando me desperté. Te juro que lo sentí. Fue raro, porque en un sueño uno no siente algo físico. Uno se acuerda de fotos, de imágenes, de películas pero yo sentí tu abrazo, viejito lindo.

Sé que estás en el cielo. Cómo no vas a estar ahí si es todo celeste y blanco. Se ganaron un ángel con vos.

Que lindo hubiese sido tenerte un poco más. Hablar como adultos, comer más asados, abrazarte, mirar juntos a Racing, que me hables de Perfumo, de Basile, de Colombatti, que me cuentes de Corbatta o del Toti Iglesias. Que festejemos cualquier cosa sin importar el motivo. A veces creo que te idealizo, que vos sos todo lo que yo quiero que seas. Sos sabio, estratega, estrella de fútbol, un tipo con calle, un semidiós, un hombre… quedémonos mejor con eso. Un hombre, Roberto… así, a secas. De carne y hueso. Para que te voy a meter tanta presión, si por querer ser un superhéroe te fuiste temprano. Fuiste un referente para mí y con eso me alcanza. Un hombre con principios, honesto, una buena persona, mi papá.

Ayúdame cómo siempre, si podes. Viste que yo no te pido nada, porque dicen que tengo que dejarte descansar en paz. Aunque algunas veces, reconozco, pido que me ayudes y siempre cumpliste, siempre me escuchaste.

En ocasiones siento que estoy solo en la pirámide de la familia y no tengo a quien preguntarle. Me faltas vos, Roberto. Te pido ayuda porque no me la banco solo, porque muchas veces quiero llorar, porque te extraño, porque me haces falta, porque me cuesta recordar tu voz. Porque sé que nunca más te voy a ver y eso me duele.

Hoy hace veintiún años que no estás, viejo. Si podés, y si te dejan, venite esta noche. Baja de ese cielo académico y agarrame fuerte de la mano, abrázame de nuevo. Porque el partido a veces se pone chivo y te necesito. Necesito mirar al banco y que estés ahí. Tengo que aprender a vivir con eso de verte del otro lado de la línea de cal. De lejos y sin hablar.

Te mando un beso enorme y un abrazo eterno, Púa. La verdad no sé si podés leer esto, pero quiero que sepas que aún te extraño.

miércoles, 24 de octubre de 2018

El fantasma de la calle Humbolt


Era una noche cerrada. La lluvia caía muy fuerte sobre la ciudad. El whisky fue mi compañero durante toda la velada, había tomado realmente mucho. Nada me hacía olvidarla. Cada palabra, cada sonido, la música del bar, el perfume de aquella mesera. Todo y cada trago acercaban mis pensamientos a ella.

Ese martes, salí del bar en Palermo cerca de las dos de la mañana. El aire fresco y la lluvia asentaron aún más el alcohol en mi cuerpo. Miré aquel farol antiguo que contrastaba sobre el cielo negro, las gotas de lluvia se veían claras a contraluz.

No había colectivos, entonces caminé algunos metros cómo pude con mi alma. Ví llegar, lento, un taxi que avanzaba sobre Humbolt. Subí, me senté y sentí un olor a azufre muy fuerte, horrible. Destruyó todo recuerdo del perfume de la mesera. Algo raro había en ese taxi, una energía extraña que se apoderó del momento. Vi como un gato blanco se cruzaba  delante del auto justo antes de que arranque. Pude ver cómo sus ojos se iluminaron, como resaltaron el reflejo de las pocas luces.

-       “Hasta Lacroze y Álvarez Thomas.” Le dije al conductor misterioso.

El auto dobló y aceleró por la Avenida Córdoba a toda velocidad. Aún borracho, percibí que algo no andaba bien. Comencé a tener miedo. Un olor nauseabundo invadió el taxi y un frío helado me recorrió el cuerpo. El chofer ocultaba su rostro tras una capucha franciscana. Me asomé para pedirle que maneje un poco más despacio y pude ver su cara desfigurada, diabólica, asquerosa, con sangre y quemaduras, con la piel colgando en gajos. Vi sus  manos huesudas contra el volante. Sus ojos amarillos y luminosos, llamativamente iguales a los de aquel gato que se nos cruzó justo antes de arrancar. No pude más del olor, del frío y del asco, entonces vomité el auto con fuerza.

-       ¡Pare por favor! ¡Pare el auto! Exploté en un grito con mezcla de horror y pánico.

Mi pedido pasó desapercibido. Le di un golpe en el brazo al chofer pero no me escuchaba, no me hacía caso.  Sentí como el tiempo se detuvo un instante antes de que el mal se desate con toda furia. Me contestó con una voz aguda, un grito siniestro, penetrante y desagradable,  un sonido del diablo que lleno cada hueco de silencio en la noche. Dijo palabras en un lenguaje que no logré comprender. El miedo se volvió intenso, paralizante. Una daga se me clavó en el abdomen y me desangró. Un fuerte dolor, luego, un frío insoportable. La criatura del mal intentó tirarse encima mío mientras el auto seguía a toda velocidad por la calle oscura. Una risa macabra retumbó en mi mente. Vi maldad y saña de sus ojos, vi de cerca su cara en estado de descomposición, me dio una fuerte repulsión.

La lluvia y la oscuridad se hicieron más intensas. El agua caía con fuerza sobre el parabrisas. Intenté bajar del auto invadido por el terror, con el dolor del acero en mi cuerpo, pero las ventanas y las puertas del taxi estaban trabadas. Pegué un salto hacia el otro lado del asiento en un llanto angustiante y sentí un tirón muy fuerte en la ropa. La bestia me llevó hacia él tirando con todas sus fuerzas de mi sobretodo. Mi corazón no lo resistió.

En el acta de defunción se escribió  “paro cardiorrespiratorio con herida punzante”.

La crónica en los diarios contaba cómo un hombre, borracho, tomó un taxi en Palermo y murió al clavarse su propio paraguas en el abdomen, mientras enganchó su sobretodo al cerrar la puerta trasera del vehículo. El taxista dijo intentar ayudarlo e ir a toda velocidad al Hospital, pero no tuvo éxito.

Otra noche de lluvia ve llegar lento un taxi sobre la calle Humbolt cerca del bar. Otra vez se cruza un gato blanco. 

jueves, 11 de octubre de 2018

Perdón, pero no me quedaba otra


La historia se remonta a 1997. Román nos anotó en un torneo de fútbol en Nuñez, se enteró porque su primo conocía al organizador. Nuestro equipo de barrio no tenía camisetas y el torneo relámpago ofrecía once casacas como premio al ganador. Comenzamos nuestro viaje. Tren a Constitución, subte C a Retiro y de ahí el tren Mitre a Núñez. ¡Y después había que jugar! Pero llegamos y no había nadie.

“¿Estás seguro de que era acá?“ Le pregunté a Román. “Si, es La dirección que me paso mí primo”. Esperamos una hora pero nada. El Turco, áspero número dos y capitán del equipo, estaba molesto “Ya está, viejo. Nos vamos” dijo. Justo llegó el primo de Román que vivía ahí cerca, creo que en Belgrano. “¡Perdoname, Román! ¡Llamé por teléfono a tú casa y me dijo tú vieja que ya te habías ido! Se suspendió esto…”.

¡Nos queríamos morir! ¡Todo un viaje para nada! Los ánimos estaban caldeados y era obvio, a nadie le gusta madrugar un domingo.
“No se hagan problema, muchachos - dijo nuestro organizador fallido - Hablé con el Ruso y él nos hace partido por plata; así arriman a las camisetas. Ellos están acá en Capital, cerca de la cancha de San Lorenzo”. El equipo casi completo aceptó esa locura. No teníamos con que pagar si perdíamos, pero el primo de Román nos prestaba unos pesos si el resultado no nos favorecía.

Caminamos un poco y nos tomamos el colectivo 42 hacia el bajo Flores. Llegamos, buscamos la dirección de la cita y ahí estaba el Ruso, nuestro anfitrión. “Vengan por acá” nos dijo con cara de pocos amigos. Empezamos a caminar mientras las veredas se achicaban hasta desaparecer. Casas precarias de dos o tres pisos, pasillos angostos y paredes sin revocar. Gente que iba y venía. Ese era el paisaje de nuestro desafío. En el medio de todas esas casas se abría un pulmón para darle lugar a la canchita. Estábamos en La villa del bajo Flores. Mamita. Lo miro al Turco y le digo “Si perdemos acá, nos matan, no tenemos para pagar. Y si ganamos, también nos matan. De acá no salimos".
Nos acomodamos para jugar y se empezó a llenar de público. Éramos visitantes y así  lo sentíamos. Hasta el árbitro era de ellos. Eran dos tiempos de 30 minutos y el ganador se llevaba trescientos pesos. A nosotros nos hacían falta, pero era una parada complicada.

De una de las casas linderas levantaron una chapa, apareció una ventana y ahí se armó el buffet. El humo y el olor a choripán de la parrilla se metían en la cancha. Nos desconcentrábamos aún más. ¡Teníamos un hambre!

Me acuerdo que arrancó el partido y los nervios nos traicionaron, empezamos perdiendo. Un error de nuestro arquero sentenciaba el 0-1. Ellos no eran buenos, pero eran locales. Lo mejor que tenían era el Ruso. Nosotros teníamos a Diego, nuestro Maradona. Un zurdo que jugaba realmente bien. La primera pelota que tocó con confianza la mandó a guardar y empato el partido. El juego se volvió trabado y otra vez quedamos abajo. Dos goles seguidos de ellos nos dejaban 1-3. Estábamos en problemas. La cancha era un infierno, no menos de cincuenta personas en contra. El gordo que vendía choripanes nos gritaba de todo. Tenía puesta una musculosa azul que dejaba ver su prominente panza. Algunas de sus frases eran realmente creativas. Intimidantes, pero creativas.
En el segundo tiempo Dieguito se vistió de héroe de nuevo, se puso el equipo al hombro y empato el partido 3 a 3 con dos golazos.

Ellos nerviosos, nosotros nerviosos, el calor apretaba, el público era un fuego, el humo de los choripanes, el partido picante, el gordo que puteaba, un centro de Román, cabezazo del Turco, 4 a 3 y a cobrar. Le estábamos ganando al equipo del Ruso en el medio de La villa del bajo Flores. Nunca sentí tanto miedo por mi integridad física. “Los vamos a cagar a trompadas””La puta que te parió” era lo más liviano que nos gritaban.

Así fue que en la jugada siguiente, simulando un rechazo al corner, la clave en un ángulo. 4 a 4 y fin del partido. Los de mi equipo me querían matar, pero ya tendría tiempo de explicarles.

martes, 2 de octubre de 2018

El gol que no fué

Yo trabajaba en Aesa, una empresa de YPF, Alejandro era un destacado periodista de La Nación que había asumido como Director de Comunicación en Ypf en 2008. En 2013, yo estaba por recibirme de Lic. en Relaciones Públicas, entonces en ese año lo contacté por mail interno para contarle esto. Le dije que me recibía pronto y que me gustaría trabajar en comunicación. Me la jugué; envié el correo y me salió bien.

A los pocos días me responde que cuando pueda vaya a una reunión a la torre de Ypf, que él me iba a atender.

¡Imagínate yo! Tenía la posibilidad concreta de entrar en el área de comunicación de la Petrolera más grande e importante de Argentina. No me importaba la guita, ni nada. Quería hacer la experiencia de escribir sobre lo que la empresa deseaba comunicar.

En mi cabeza yo ya había ganado un mundial. La jugada era fácil, Aesa era una empresa de Ypf, solo había que hacer un movimiento interno. De jefe a jefe, “tomá, te lo mando”.

Me sentía un 9 que corría los últimos veinte metros de la cancha hacia el área contraria y con la pelota dominada. Solo me quedaba el arquero, que cómo pintaba, me iba a dejar hacer el gol. Ya me veía festejando, la tribuna, los flashes, los abrazos, el llanto, el campeonato, copa, medalla, beso, todo. ¡Para mí, era como salir campeón! ¡Era como si me hubiesen llamado para jugar en el Barcelona de Guardiola!

Bueno, quedamos en juntarnos con Alejandro un día en “la torre Ypf”. Para hacer bien las cosas, hablé con mi jefe de compras en Aesa y le conté la situación. Le dije que la comunicación y las relaciones públicas eran mi pasión, que el Director del área de Ypf me había invitado a una reunión. Mi jefe habló con mi Gerente y los dos me dieron el ok. Seria Septiembre/Octubre de 2013. Hasta el Gerente General de Aesa estaba al tanto de mi sueño. Personalmente me había encargado de que se entere.

Llega el día, voy a la reunión con Alejandro y en la recepción me cruzo con el Puma Agustín Pichot. Obvio, pensé, esto es Primera. Hablo por teléfono desde la recepción con Alejandro y me dice que ese día no me puede atender. Quedamos para otro día. No importa, digo. La voluntad de atenderme está, eso era lo importante.

Vuelvo a Aesa y le cuento a mi jefe. “Bueno, tranquilo” me dice.

Llega la nueva fecha pactada, tenemos la reunión. El tipo súper amable, súper humilde, lo que se dice un grande. Le conté que a fin de año me recibía. Que me encantaría trabajar en el área de comunicación, que no tenía problemas de horarios y que no me importaba el viaje. (Aesa me quedaba a 20 minutos, Ypf a 1 hora y 20 mínimo)

Al tipo le cae bien mi predisposición. Me cuenta que él vive en La Plata y que cuando empezó a escribir para La Nación tenía como 2 horas de viaje, pero que él las hacía con gusto. Porque el periodismo era lo que más le gustaba, era su pasión. Y la remata con una frase que me dio la felicidad más linda “está bien. Si te gusta escribir, tenés que estar acá. Tenemos que esperar que se dé una vacante”.

¡Imagínate! ¡La hinchada se paró y gritó Gooooooooooooool! Ese día fui feliz.

Pobre tipo, cada 30 o 40 días le escribía un correo para que no se olvide de mí. Esa delgada línea entre estar presente o ser un rompe huevos.

Le mandé esta nota para que vea que las ganas y la capacidad estaban "Pizzería Mingo, un clasico en Luis Guillón"

La cosa se empezó a dilatar y la vacante no aparecía.

En Diciembre de ese año echan a mi Gerente y, a los pocos meses, echan a mi jefe. Le cuento al nuevo Gerente lo mismo que le había contado a mi Jefe, al que echaron. En una charla en la máquina de café el tipo me dice que “acelere mi pase a Ypf porque sino.... bueno”. En ese momento no entendí muy bien el “bueno”, pero por las dudas empecé a mandar correos a otras áreas similares en Ypf para ver si se daba alguna vacante. Mientras tanto esperaba que me llame el técnico del Barcelona. ¿Qué podía salir mal? Si ya me había dicho que tenía condiciones para jugar ahí.

Me recibí de Licenciado en Relaciones Públicas en marzo de 2014 y en junio de ese mismo año el nuevo Gerente me despidió.

La vacante nunca se dió, el Barcelona siguió jugando y yo tuve que buscar laburo... fue como el “me cortaron las piernas” de Diego.

Diez años laburé en esa empresa... que loco como un tipo que ni te conoce puede cambiar tus planes. Y, también, como yo fui un poco verde para no leer la jugada.

En fin... Ya en el vestuario por la roja, le mandé un correo a Alejandro contándole lo qué pasó. El tipo un grande, me vuelve a invitar a su oficina. Me dice que es una lástima lo que me paso y que podía pasar a saludarlo cuando quisiera.

Nunca más volví...

miércoles, 25 de julio de 2018

La maquina del Tiempo



Listo. Ya está. Tengo papel, el lápiz de la escuela, una linterna para alumbrar por si se hace de noche, la palita del abuelo y muchas ganas de escribirte algo. Esta carta la voy a dejar en mi máquina del tiempo, así te llega. Es una carta para vos, o sea para mí, pero cuando sea grande. Conseguí un frasco de vidrio, grande, con tapa. Te voy a escribir, voy a guardar esta carta dentro del frasco y voy a enterrar el frasco, con la carta adentro, debajo del limonero del fondo. ¡Esta es mi máquina del tiempo!
Acordate, no vaya a ser cosa que no encuentres la máquina. Si caminaste tres pasos desde el limonero hacia el fondo e hiciste el pozo ahí, seguramente vas a estar leyendo esta carta. Sé que vas a leerla dentro de mucho, mucho tiempo. Quería contarte que hace un rato vine de lo de la tía negra. Ayer fue viernes y a la noche me llevo papá. Estaba el programa ese del plim, plim, plim de Larrea. Después de comer, la tía me regalo uno de esos alfajores que tanto me gustan. Como seguramente ya sabes, con Adriana y Cristina estuvimos hablando de lo que voy a hacer cuando sea grande. Les dije que voy a ser “Avionero”, me dijeron que no se dice así. Que se dice “Piloto de Avión”. Es lo mismo, como se diga. Quiero volar. Espero te acuerdes. Por favor, hace todo lo posible por que sea feliz. Ojalá leas mi carta. Te mando un beso.
Esta carta la escribí hace treinta años. Hace un tiempo encontré en un kiosco un alfajor Suchard. Pensé que esos alfajores habían dejado de existir. Encuentro una relación directa e involuntaria entre esos alfajores y mi tía Negra. Todos los viernes, religiosamente, me quedaba a dormir en su casa. Tenía unos ocho años y mi papá tenía que llevarme a dormir a lo de mi tía. Había un programa de televisión conducido por Hector Larrea que sólo iba los viernes por canal once. Con Larrea me daba cuenta que era viernes y empezaba a pedirle a mi papá que me lleve a mi lugar en el mundo. Llueva o truene tenía que llevarme. Ya en lo de mi tía Negra, ¡aparecían estos alfajores! ¡Los Shuchard rellenos de Mousse! ¡Un manjar!
No pude evitar comprar uno de esos alfajores. La nostalgia me pudo. Cuando estaba pagando me acordé, ¡la máquina del tiempo! Ese invento en el que había pensado cuando tenía 8 años. Llegue a casa después del trabajo, agarré una pala, fui al limonero, di dos pasos hacia el fondo y ahí estaba. La máquina del tiempo. Entendí que tres pasos eran mucho, con dos iba a estar bien. Algunos puntazos y el frasco apareció. Lo saqué con cuidado, estaba bastante sucio, y en su interior estaba la carta. Mi carta. Un poco amarillenta, con algunas manchas, por el paso del tiempo . Pero ahí estaba. Me lleno de nostalgia. Mil imágenes vinieron a mi mente. Podía recordar cada movimiento del día que mande mi máquina del tiempo a viajar. ¿Como fue que un chico de ocho años había tenido tal ocurrencia?
Tomé papel y lápiz para contestar mi carta. Me escribí a mí. A ese nene de 8 que había puesto esa carta ahí. En definitiva, éramos dos personas diferentes.
La verdad es que no sé cómo hacer para que esta carta te llegue a vos. Me parece que la máquina del tiempo solo funciona hacia el futuro. Te cuento que, finalmente, no fuiste piloto de avión. No me quedé de brazos cruzados. Averiguamos, si. Pero no se dió. No teníamos muchas chances. Hice lo que pude, espero que no te enojes. Cuando me di cuenta que ser piloto iba a ser imposible, intentamos ser locutor, o periodista, para trabajar en una radio. Nos encantaba la radio. Tampoco funcionó. Finalmente, estudiamos algo relacionado a las palabras. Pensalo así, usar las palabras para contar historias también es una manera de volar. Volar con la imaginación. Se puede volar alto y viajar a los lugares que quieras. Todo está en vos. En cuanto a la felicidad… que se yo. Hay unos días más felices que otros.
Ahora, te voy a pedir un favor. Dale un abrazo gigante y un beso interminable a Roberto. Seguro que lo tenés por ahí con vos. Hace mucho que ya no lo tengo conmigo. Y el viernes, cuando vayas de la tía, hace lo mismo con ella. Abrazalos fuerte… y deciles lo mucho que los amas. Y nunca tengas miedo, nada es tan grave como lo sentís ahora. Un beso para vos también.

miércoles, 18 de julio de 2018

De Chinos y Supermercados



Sábado a la noche. La llovizna cae fuerte sobre la noche de Luis Guillón. Estamos muy cerca de las nueve de la noche. Voy decidido al chino de la vuelta de casa a comprar mozzarella para unas pizzas. Vienen a casa unos amigos que hace mucho que no veo. La lluvia liviana no me detiene. Tanteo el bolsillo trasero del pantalón esperando tener la billetera, por suerte está ahí. Meto las manos en los bolsillos de la campera, encojo mi cabeza entre los hombros, achico los ojos para que la llovizna no me moleste tanto y avanzo decidido.

Siento que algo vibra en el bolsillo de mi pantalón. Saco una de las manos del bolsillo y agarro el celular. La pantalla se ilumina, es Paula. Un mensaje de whatsapp me dice “traé cerveza”. Miro la hora. El celular me muestra las 20:55, estoy a dos cuadras del destino y a cinco minutos de las nueve de la noche. Quien vive por estas Pampas sabe que existe una reglamentación absurda que prohíbe comprar alcohol después de las nueve de la noche. Guardo rápido el celular para que no se siga mojando. Redoblo el esfuerzo sobre mis pasos y avanzo lo más rápido que puedo.

Entro al Supermercado como si fuese un atleta destacado de marcha. A la pasada miro al chino y le aviso que voy a llevar dos Cervezas Patagonia, porque no traje envases.

Busco las botellas, corro hacia la góndola por la mozzarella. El reloj marca las 20.58. Llego a la caja, el chino le está terminando de cobrar a una vecina del barrio que intenta darme charla. Sinceramente no me importa, no escucho lo que dice. Estoy concentrado en la hora. Lo único que me interesa es poder comprar las dos cervezas antes que el reloj marque las 21:00.

Mientras le está dando el vuelto a la vecina intento explicarle mi problema, me contesta con su acento característico "No pasa nada". Llegué, es mi turno. Estoy a punto de pagar. Me doy cuenta de que ya son las nueve. Siento que las cervezas se transforman en calabaza. Mi noche de pizzas y cervezas con amigos se derrumba. El chino nota mi nerviosismo y me repite con su español trabado "No pasa nada, tranquilo". Me cobra, siento que la tarea está cumplida.

Observo el ticket y me doy cuenta de que estoy pasado del horario. Lo miro, me mira, conectamos. Él entiende - rápido de reflejos - lo que estoy pensando. Mantiene la mirada y asiente con la cabeza. Sonrío y agradezco con el mismo gesto. Juntos nos fundimos en una fraternal cultura Argentina. Vuelvo a mi casa, envuelto en la llovizna nocturna, con las cervezas. Esa noche, el chino fue un poco más Argentino.


Miguel “el Chango” García vuelve a los escenarios

El compositor y cantante Miguel García presentará su música solista por primera vez en Gibson Bar, Macias 589, Adrogué, Buenos Aires. La ci...