Ese día estaba decidido, los iba a esperar y por fin los iba a ver. Además, venían con los camellos. Yo pensaba “¿Como no voy a ver tres camellos? ¡Son enormes!” Había visto unos en el zoológico y realmente eran inmensos, aunque los del zoológico eran de una sola joroba. Me dijeron que los camellos de los Reyes Magos tenian dos jorobas y eran un poco más grandes. Más a mí favor, los tengo que ver. Se me puede escapar el negro Baltazar en la oscuridad, pensé, pero con la ropa de colores igual lo tengo que ver.
Esa noche los podía sorprender mientras me dejaban el regalo. Eran tres Reyes Magos, tres camellos, más las bolsas de regalos. Un quilombo bárbaro en el patio trasero de casa. Era "la oportunidad".
Preparé el pasto, corte mucho, lo puse en una palangana violeta de plástico que había en mí casa. No estaba seguro de usarla, porque si uno de los camellos la pisaba y la rompía, mí mamá seguro me iba a decir algo. Siempre la usaba para poner la ropa para colgar, pero me arriesgué. Los camellos siempre fueron muy cuidadosos, nunca rompieron nada. En otro balde grande con manija puse el agua. A la ofrenda le sumé mis zapatillas topper blancas, la carta y listo.
Dejé todo en el patio de atrás de casa, en el mismo lugar donde intentaba cazar pajaritos. A ellos los veía, aunque nunca agarré ni uno. Les ponía el alpiste que le robaba a mi abuelo, acomodaba una caja de cartón levantada de un costado con un palito y un hilo atado al palo. En ese lugar ahora estaba poniendo las cosas para los Reyes. Esa noche me quedé despierto, vigilando desde la ventana de la que tiraba del hilo cuando cazaba.
Mí papá se acercó y me dijo: “¿Que hacés? ¿Los querés ver? Mirá que es difícil, no te olvides que son Magos.” Lo miré y le dije que si, que me iba a quedar ahí, toda la noche en silencio hasta que vengan. Él se sonrió, me acarició la cabeza y me dijo "Bueno, yo me voy a dormir."
Apagué todas las luces y me quedé esperando. No sé cuánto tiempo pasó, pero al final me dormí. Amanecí en mí cama. Cuando me desperté, sobresaltado, salí corriendo hacia mí puesto de guardia en la ventana. Me asomé y estaban los regalos. ¡No! ¡otra vez no!
Los camellos se habían tomado el agua, habían comido el pasto y por suerte no habían roto la palangana violeta de mí mamá. Eso me daba tranquilidad.
El único problema es que iba a tener que esperar otro año. Pero, al menos, tenía tiempo para pensar mejor el plan.
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